Ya en el s. XI el Papa Urbano II recomendaba el canto de la antífona Salve Regina, lo que, habida cuenta de su función litúrgica junto a las otras tres, nos permite datar sus composiciones para el recitado o canto en los ss. XI-XII; hecho éste corroborado por dos acontecimientos:
desde el s. XIII la Iglesia Romana asume el canto de las cuatro antífonas al final del Oficio de Completas, sin impedimento de que puedan interpretarse en otros momentos de la Liturgia; y
las atribuciones sobre autoría de las mismas se mueven predominantemente entre los siglos XI-XII.
La autoría en la composición del Canto Gregoriano siempre ha sido incierta y las atribuciones con frecuencia caprichosas. En estas antífonas no podía ser de otra manera, aunque nombres sí que se citan, y muchos, con sonrojo: desde S. Gregorio Magno – s.VI –, pasando por Pedro Mezonzo Obispo de Compostela – s. X –, S. Bernardo de Claraval – s. XII – hasta el hilarante (tal vez por ello el más citado) Hermannus Contractus – s. XI–, dulcificación latina de Herman el “Cojo”.
Estas antífonas presentan dos formas de composición: solemne –estilo adornado/melismático–, simple –estilo prácticamente silábico–, y se cantan en los siguientes tiempos litúrgicos: